miércoles, 22 de agosto de 2018

Unos cuentos...

Después de un largo parón vuelvo con las pilas muy cargadas y llena de nuevas ideas. Mientras acabo de dar forma a los nuevos proyectos quiero compartir con vosotros tres cuentos que escribí ya hace algún tiempo. El cuento "Maestra itinerante, reciclaje al instante" fue uno de los diez ganadores del concurso "Los profes cuentan" y está publicado por la Editorial Planeta en el libro "Protagonistas de la aventura más grande del planeta".
Espero que os gusten y os sirvan de inspiración para el aula.


EL FORASTERO

Hace muchos, muchos años, cuando los niños vestían de rosa y las niñas de azul, en un pueblo cualquiera de cualquier país iba a pasar un suceso extraordinario que cambiaría por completo la vida de sus habitantes.


Los moradores de nuestro pueblo vivían criticándose unos a otros y juzgando las acciones y la vida de cada uno y de todos ellos:
“¿Has visto a Pedro? Ya no saluda y parece que va esquivando a la gente ¿qué se habrá creído?” “¿Y María? Siempre va con la misma ropa...” “Mira a Carmen, ella va al campo y carga con todo el peso mientras su marido solo mira...”


Así transcurrían los días, ninguno estaba libre de los juicios y comentarios de la gente del pueblo. Solo estabas a salvo si participabas activamente en el circo del desprestigio, una vez abandonabas la pista, pasabas a ser el foco de atención.


Pero un frío día de invierno, tan frío que las palabras se congelaban cuando todavía eran pensamientos, apareció en el pueblo un hombre. Llevaba una túnica que le cubría todo el cuerpo y una capucha que no dejaba ver su rostro, tan solo podían verse sus pies desnudos asomando a cada paso como ratoncitos juguetones. Se paseó por todas las calles y fue preguntando puerta por puerta buscando alguna casa libre en la que poder alojarse durante unos días.


Esta visita ya podéis imaginar lo que supuso para los habitantes hambrientos de nuevas presas, era carne fresca para los depredadores de juicios. Ahora en el pueblo solo tenían ojos y lengua para el forastero, los lugareños pasaron a un segundo y tercer plano y al olvido.


La nueva estrella del circo paseó durante horas por todo el pueblo buscando alguna casa vacía donde alojarse. Pensaban que nada bueno podría haber en un hombre que cubría su rostro y caminaba descalzo.


Finalmente encontró una casa, era el local de Juan. Ahora además de hablar del nuevo habitante, tenían a Juan en su punto de mira.
Pasaron los días y los lugareños seguían hablando del forastero:
“No sale de casa desde que llegó... Sí que sale, Ana me comentó que Luis lo vio salir por la noche y adentrarse en el bosque. ¿A qué habrá venido? No me gusta nada, me da mala espina.”

A los tres días en el local donde se alojaba el hombre descalzo apareció un gran cartel donde podía leerse:
ZAPATERO
Imaginaos los comentarios y las risas:

“¿Cómo un hombre sin zapatos va a arreglar los nuestros?... ¿Quién puede fiarse de alguien así? ...” A la mañana siguiente encontraron otro cartel en la puerta:
Queridos habitantes:
Soy un zapatero itinerante y permaneceré en vuestro pueblo solamente durante tres días.

Aquel de vosotros que necesite de mis servicios puede dejar sus zapatos durante la noche en la puerta de la zapatería y escribir su nombre en la suela. A la mañana siguiente estarán arreglados. Solo hay una condición, deberéis entregarlos todos los habitantes, sin excepción, si alguien no lo hace no podré arreglar ninguno de ellos.
Por la mañana podréis recogerlos y os pondréis el zapato que lleve escrito vuestro nombre.
Si aceptáis mi oferta deberéis volver a dejar vuestros zapatos durante dos noches más.


Las tertulias del día ya os podéis imaginar sobre qué versaban. La mayoría del pueblo no confiaba en él, otros pensaban que por probar poco tenían que perder, y sentían tanta curiosidad...


Se reunieron en la plaza del pueblo para hablar sobre el tema y decidir entre todos si confiaban sus zapatos a un desconocido y aceptaban su oferta o si, por el contrario, la rechazaban.
“¿Qué clase de zapatero quiere que le entregues tus zapatos tres días seguidos? ¿cómo va a arreglar todos los del pueblo en una sola noche? ¡Ese lo que quiere es largarse con nuestros zapatos!”
Hubo una dilatada y acalorada discusión. Después de exponer sus puntos de vista y viendo que no llegaban a ninguna conclusión decidieron someterlo a votación. Sólo un voto marcó la decisión de dejarle los zapatos al zapatero esa noche. Os podéis imaginar cómo esta situación había dividido al pueblo.


A lo largo de la noche fueron pasando todos los habitantes por el local del zapatero y fueron dejando los zapatos con su nombre junto a la puerta.

Amaneció y acudieron a la zapatería para recogerlos con gran curiosidad. Cuando vieron sus zapatos empezó a crecer la indignación entre ellos.
“¿Qué le ha hecho a mis zapatos? ¡Estos no son los míos! El mío tenía otra hebilla...¡oh! esa hebilla la tiene Juan. Ésta no es la suela... ¡mi suela la tiene Alicia! El color es distinto... ¡Pepe tiene mi color!”


A pesar de no reconocer sus zapatos, cada uno se puso el que llevaba su nombre, tal y como se habían comprometido. Si bien es cierto que eran unos chismosos, también ha de reconocerse que era gente de palabra y por muy contrariados que estuviesen no podían faltar a su promesa. Empezaron a hacer su vida normal con unos zapatos extraños y con la esperanza de que por la noche al volver a dejar sus zapatos pudieran tener los suyos y se subsanara el error.

A lo largo del día las conversaciones entre ellos estaban cambiando.
_Pedro sigue sin saludar y se cambia de acera para no encontrarse con nadie ¿quién se cree que es?

_Creo que sé porque lo hace, está perdiendo visión, no reconoce muy bien los rostros y no quiere preocupar a su familia, nadie lo sabe excepto él y yo... y desconozco porqué lo sé ya que él no me lo ha contado.

_Mira, Carmen sigue cargando las mulas y su marido ni siquiera se 
levanta a ayudarla, que poca vergüenza.
_Su marido lleva meses con unos terribles dolores de espalda desde que se cayó podando los frutales. Le duele en el alma ver cómo su mujer debe cargar con todo el peso, pero no puede ayudarla.

_¿Y tu cómo lo sabes?
_¡Qué extraño! no lo sé... ellos no me lo han contado, ni tampoco les he preguntado... no sé ... simplemente lo sé.


_Todos los niños marchan hacia el lago para patinar sobre el hielo, excepto los de María, no los deja nunca y ellos resignados se quedan en casa.
_Parecer ser que María, antes de mudarse a nuestro pueblo, perdió a su padre en un lago helado. Él perdió la vida cuando la rescató de las gélidas aguas. No ha podido superarlo y sigue atormentándola aquel recuerdo. Quiere dejarlos ir, pero cada vez que lo intenta revive en su mente aquella tarde helada de invierno... ¡Qué raro! Ni ella ni nadie me ha contado su historia.

Llegó la noche y volvieron a dejar sus zapatos en la zapatería del misterioso zapatero.


A la mañana siguiente fueron a recogerlos y todavía estaban más indignados que la primera vez. “¿Será posible? ¡Estos no son mis zapatos! Mis plantillas ahora las tiene Pedro y yo tengo los cordones de María.”


A pesar de no ser sus zapatos se los pusieron siguiendo las indicaciones del cartel y su fiel compromiso.
Los que no se fiaban de dejar los zapatos a un desconocido descalzo estaban ganando la batalla porque todos estaban descontentos con los resultados.


Esta vez se pararon menos a hablar unos de otros, pero cuando lo hacían alguno de ellos era capaz de explicar los motivos que le llevaban a actuar de una u otra forma.


Estaban extrañados porque sabían cosas de sus vecinos que antes desconocían y parecía que ahora les costaba más juzgar a los otros y criticar, estaban entendiendo sus motivos y ahora sentían vergüenza de sus pensamientos.


Y llegó la última noche, ya no les importaba tanto si el zapatero volvía a liarse con los zapatos y les daba partes que no les pertenecían, algo en ellos estaba cambiando.


Al alba fueron a recoger sus zapatos y esta vez cada uno tenía el suyo, con todas sus piezas originales y un cartel que decía:
Muchas gracias por haberme permitido arreglar vuestros zapatos y haber confiado en mí.

Sigo mi camino.


Algunos de ellos todavía se preguntaban porqué iría descalzo el zapatero misterioso, otros contestaban que a ellos no les incumbía, que sus razones tendría y que tampoco les importaban sus motivos. Lo único que sabían es que ese forastero les había cambiado la vida, abriéndoles la mente y haciéndolos más comprensivos y tolerantes ante las actuaciones de los demás. Solo sentían agradecimiento.


A partir de ese día ya no hablaron mal unos de otros, se ayudaban entre ellos, dialogaban y se escuchaban con el corazón, sin hacer juicios de valor. Muchos sabían las razones de sus vecinos y si no las conocían les daba lo mismo, sus motivos tendrían y ellos ya no se veían legitimados para juzgarles sin conocer el camino que sus zapatos habían recorrido.


¡LA QUE HAS LIADO, CENICIENTA!


Soy el hada madrina de Cenicienta, y fui como en otras muchas ocasiones, a consolarla y solucionar su problema para que pudiera ir al baile con su amado príncipe. Todo iba como siempre hasta que a mi ahijada se le ocurrió hacer un ligero cambio en su vestuario.


_No, madrina, esta noche no quiero los zapatitos de cristal, estoy harta de bailar con ellos, es tan incómodo y ¡peligroso! Imagínate que el príncipe me pisa... o que tropiezo... , por no hablar que acabo con unas heridas que no puedo casi ni bajar las escaleras cuando suenan las doce.

_Cenicienta, siempre ha sido así. Te pones los zapatitos, bailas un rato, pierdes uno y para casa. Y ya sigues tu camino sin zapatitos y con los pies descansados. Venga, Ceni, una noche más. _Rogó el hada.

_Querida Madrina, es que además no van con mi estilo ¡me quedarían tan bien unas botas!... ahora es lo que se lleva, los zapatitos quedan demasiado cursi, prefiero un aire más desenfadado y roquero_. Suplicó Cenicienta poniendo unos ojitos irresistibles a su Madrina.


_Cenicienta, ¡no llevo unas bota! Debes ponerte los zapatitos de cristal, la historia siempre ha sido así_. Contestó el hada muy enfadada porque no conseguía que Cenicienta entrara en razón.

_Me da igual como haya sido la historia hasta ahora, a partir de hoy va a cambiar. Siempre que veo al gato con botas siento una terrible envidia... ¡qué cómodo debe ir con esas botas...! ¡Quiero las botas del gato con botas o no voy al baile!_. Sentenció Cenicienta.


¡Uf! imaginaos que situación. Esta discusión ya nos había retrasado demasiado, así que no tuve más remedio que acceder a su deseo, a pesar de ir en contra de todas las leyes sobre el buen gusto en el vestir.

Cenicienta se fue a su baile, con las botas y yo marché volando a ver qué había ocurrido con el gato con botas, ahora sin ellas.
Llegué hasta su cuento y lo vi... feliz.... sin parar de bailar. Hacía piruetas, giros...
_¿Cómo te va gato con...? ¡zapatillas rojas!


_¡Soy feliz, hada madrina! Siempre había deseado bailar y las botas no me permitían expresar todo lo que llevo dentro, en cambio estas zapatillas rojas... son lo que siempre había soñado.


_Me alegra que seas feliz _dijo el hada_ pero recuerda cual es tu 
misión.

_Sí, no te preocupes, justo ahora vengo del castillo del ogro, y le ha gustado tanto mi baile que nos da su castillo a cambio de bailar para él siempre que me apetezca. Mejor así que tener que matarlo convertido en ratón, ¿no crees, madrina? Nunca me ha gustado la violencia.


_Bueno, sí, mejor, un final menos trágico, y sobretodo me alegra verte tan radiante. Voy a ver que le ha ocurrido a Karen, porque si tú tienes sus zapatillas rojas, no sé que tendrá ella.
Fui volando hacia el cuento de Las zapatillas rojas y me encontré a Karen, muy contenta y agradecida.


_¡Hola Karen! Que raro no encontrarte bailando sin parar.


_¡Hada, estoy tan feliz! No sé que ha ocurrido, pero esta vez en lugar de mis zapatillas rojas tenía los zapatitos de cristal de Cenicienta.

_Ya veo ¡pero se han roto! _¿es eso lo que te hace feliz? _dijo el hada bastante molesta.


_Sí y no, querida Hada. Ya sabes mi historia ¿verdad? Por mi vanidad las zapatillas son encantadas y no puedo dejar de bailar hasta que me cortan los pies. Bueno, pues, gracias a los zapatitos de cristal, estos no han podido aguantar tanto ajetreo y se han roto antes de que tengan que cortarme los pies. Te aseguro que he aprendido la lección igualmente y además estoy enormemente agradecida por poder conservar mis dos pies.


_¡Cuánto me alegro, Karen! La verdad es que era muy triste verte con los pies de madera.


Al final, parece ser que el caprichito de Ceninienta está teniendo unas consecuencias positivas en el resto de cuentos.
Pero mi séptimo sentido de hada y unos fuertes y atronadores ruidos a pasos me hicieron ir a ver que ocurría con las botas de siete leguas de Pulgarcito, presentía que no todo estaba como debiera. Siguiendo los estruendosos pasos llegué hasta... Kansas.


_¡Hola Dorothy! ¿qué es todo este jaleo?


_Era yo, intentado regresar a Kansas. Con estas botas he tardado un poco más en llegar a casa para poder ver a tío Henry y tía Em, pero el viaje ha sido más placentero que con los zapatitos plateados. Con ellos podía llegar más rápido, pero la verdad es que el viaje me mareaba bastante, porque después de chocar los tacones tres veces empezaba a girar y rodar en espiral, con unas subidas y
bajadas tan bruscas que se me revolvía el estómago totalmente y cuando llegaba a casa tenía que pasarme tres días en cama recuperándome del viaje.


Con las botas he tardado un poco más, pero he ido saltando de nube en nube. Ha sido mucho más divertido y he disfrutado de unas vistas espectaculares a lo largo de todo el recorrido. Con los zapatitos no osaba abrir los ojos porque el mareo no me lo permitía, en cambio, con las botas he ido disfrutando del paisaje a vista de pájaro y nada más ver Kansas me he dejado caer y las botas de siete leguas han amortiguado mi caída.

_¡Qué feliz me hace saber que todo ha ido tan bien! _dijo el hada madrina _voy a ver que ha ocurrido con Pulgarcito.
Después de dejar a Dorothy marché a buscar a Pulgarcito y lo encontré escondido en el castillo del ogro.


_Pulgarcito, ¿cómo te va?


_Estoy un poco desconcertado, ¿dónde están las botas de siete leguas? Se supone que cuando amanezca, el ogro me perseguirá enfurecido por haberse comido por error a sus hijas, pero no las veo donde siempre, en su lugar hay unos zapatitos plateados_. Susurró Pulgarcito.


_Si te pones los zapatitos y golpeas sus tacones tres veces te pueden llevar a donde desees _.Explicó el hada.


_¡Genial! Entonces mis hermanos y yo podemos marcharnos al castillo del rey esta noche y evitar el fatal desenlace que les espera a sus hijas. La verdad es que después de tantos cuentos empiezan a caerme bien, y no son más que unas víctimas inocentes de esta terrible historia.


Y así lo hizo Pulgarcito, cogió las manos de sus hermanos, juntó los tacones tres veces y apareció en el castillo.


El rey, fascinado con la historia de Pulgarcito dio trabajo a sus padres para que nunca más se vieran en la obligación de deshacerse de ellos por motivos económicos.


En el castillo del ogro, su mujer, el ogro y sus hijas se abrazaban felices y contentos por haber amanecido juntos. El ogro nunca más volvió a comer niños, de hecho se hizo vegano, no quería que otro error suyo pudiera acabar con la vida de sus hijas.


Y por último falta que sepáis qué le ocurrió a Cenicienta en su baile con botas. Cenicienta apareció en el baile con sus botas y la verdad es que marcó tendencia, muy a mi pesar, y a partir de ese baile se organizaron otros donde era obligado acudir con ese tipo de calzado. Llamó tanto la atención que todos se fijaron más en sus pies que en su rostro. Este hecho facilitó que después del baile siguiera pasando desapercibida en casa. No sabían qué cara tenía la extraña que había bailado con el príncipe, sin embargo podrían describir con todo lujo de detalles las botas que calzaba.

Cuando sonaron las doce campanadas Cenicienta tuvo que sacudir enérgicamente el pie para liberarse de la bota que luego encontraría el príncipe, no quedó muy delicado pero fue efectivo.


El resto ya lo conocéis, fueron de casa en casa con una bota encima de un cojín hasta dar con el pie adecuado. No era una imagen tan fina como el zapatito de cristal pero a nadie parecía molestarle el cambio. Y así fue como encontraron a Cenicienta, le probaron la bota y le encajaba perfectamente. Cada vez que llego al final pienso que fue una suerte que no se encontrara por ahí el gato dueño de la bota, porque si se la llegan a probar habríamos tenido otro final bien distinto para nuestro conocido cuento.


A pesar del lío que se ha organizado estoy muy contenta de los giros tan inesperados que ha originado el caprichoso deseo de Cenicienta, ya que mi miedo inicial al cambio se ha disipado historia tras historia. Como hada madrina me siento satisfecha al ver que en este cuento todos nuestros protagonistas han tenido la opción de cambiar su final, un final que les desagradaba y con el que no se sentían cómodos. Se han adaptado a las nuevas circunstancias y han salido airosos. Lo que en un principio podría haber supuesto un desastre de consecuencias incalculables para la historia de los cuentos, se ha convertido en una historia de segundas oportunidades.


Si bien es cierto que al principio me enfadé mucho con Cenicienta, ahora debo reconocer que me ha hecho ver que no hay que temer a los cambios, que debemos aprender a adaptarnos y sacar el máximo provecho de ellos.


MAESTRA ITINERANTE, RECICLAJE AL INSTANTE


Había una vez una maestra itinerante,
de esas que van todo el día al volante.
Experta en reciclaje y medio ambiente
y además muy eficiente.

Pero no se trata de una itinerancia cualquiera,
nuestra maestra la hace a su manera.
Viaja en escoba voladora,
volando a mil por hora.

Y no es contaminante,
porque los sueños son su carburante.


Este curso es algo peculiar
por los cuentos clásicos le toca itinerar.

Primero visita al lobo de Caperucita
ya que tiene constancia de alguna cosita.

Parece ser que mientras espera a su presa
toma un delicioso yogur de fresa,
lanzando el envase al suelo
y convirtiendo el bosque en un vertedero.

También tira el periódico o alguna revista
así que nuestra maestra está sobre la pista.

_Hola lobo ¡cuánta basura!
¡Esto es una locura!
La naturaleza es nuestro hogar,

la debemos amar y respetar.
_Pero no hay contenedores cerca_
Trató de disculparse el lobo.
_Eso no es excusa, ¿te haces el bobo?

Los tienes al lado de la alberca.

_Coge tu basura y ven conmigo.
Escucha muy bien lo que te digo.
_Ahí están los contenedores
¿ves sus colores?
El papel en el azul y el envase al amarillo,

¿has visto que sencillo?
Cuida la naturaleza,
recicla sin pereza.
Ella nos da vida
sin que nadie se lo pida.
Cuando tengas desechos en danza,

recuerda esta enseñanza.
-Gracias, maestra itinerante,
lo he aprendido en un instante.

Y subió en su escoba voladora
para visitar una casa encantadora.
-¡Hola Hansel! ¡Hola Gretel!
Veo que ya os estáis poniendo morados

con todos estos dulces caramelizados.
_Sí, maestra, están deliciosos
y somos tan golosos...
_¿Dónde están los envoltorios y papelitos
de todos estos ricos pastelitos?
_Los ponemos debajo de la alfombra.
La maestra la levanta y se asombra. 


_¡Cuánta basura sin reciclar!
¡Esto lo tenemos que solucionar!
_Coged la basura y venid conmigo.
Escuchad muy bien lo que os digo.
_Ahí están los contenedores
¿veis sus colores?
El papel en el azul y el envase al amarillo,

¿habéis visto que sencillo?
Cuida la naturaleza,
recicla sin pereza.
Ella nos da vida
sin que nadie se lo pida.
Cuando tengas desechos en danza,

recuerda esta enseñanza.

-Gracias, maestra itinerante,
lo que hemos aprendido es muy interesante.

_¡Otra misión cumplida!
Voy a visitar a mi Cenicienta querida.


_Hola Cenicienta
¿tienes algo de comer? estoy hambrienta.
_Ven amiga, vamos a la cocina
y mientras charlamos un rato
te cocino un sabroso pato
o una fresca lubina.


Nada más llegar a la entrada,
nuestra maestra quedó espantada.
¿Qué no ve en el mismo cubo
un envase de refresco y una ensalada pasada?

_¡El mismo cubo de basura
para papeles, envases y peladuras!

¡Qué amargura!
_Tú no reciclas tampoco,
me da vueltas el coco,
necesito sentarme un poco...


_Cenicienta, pensaba que reciclabas.
Ahora ya no quiero ni comer habas.
_Maestra, siento decepcionarte,
pero es que para reciclar no tengo arte.

_Para reciclar no hay arte que valga
ven conmigo, levanta esa nalga.

_Ahí están los contenedores
¿ves sus colores?
El papel en el azul y el envase al amarillo,

¿has visto que sencillo?
Cuida la naturaleza,
recicla sin pereza.
Ella nos da vida
sin que nadie se lo pida.
Cuando tengas desechos en danza, recuerda esta enseñanza.

_Gracias, maestra y amiga, esta lección ya no se olvida.

_Último viaje de la jornada,
voy a visitar una piara.
_¡Hola tres cerditos!
¿Qué? ¿descansando un poquito?


_Sí, maestra itinerante,
cogiendo fuerzas para el lobo soplante.

Ya veo que hacéis honor a vuestros nombres
¡cochinos, puercos, marranotes!

_¿Por qué lo dice, querida maestra? 
_Porque hay basura a diestra y siniestra.
Contestó la maestra algo molesta.

_Íbamos a recogerlo todo en un santiamén
_¿A qué sí, querido hermano?
_¡Claro! mira, maestra, ya llevo algo en la mano.

Y lo lanza al cubo con desdén.

_¿Es este el cubo de los desechos
 _Sí _contestó un cerdito satisfecho.
_Está todo mezclado y junto,
pero nada me sorprende llegados a este punto.


Debéis aprender a separar y reciclar
depositando cada cosa en su lugar.
_Acompañadme a los contenedores de la alberca,
ya veréis, están muy cerca.
Antes he ido con el lobo
y ya lo tiene claro todo.


_Ahí están los contenedores
¿veis sus colores?
El papel en el azul y el envase al amarillo,

¿habéis visto que sencillo?
Cuida la naturaleza,
recicla sin pereza.
Ella nos da vida
sin que nadie se lo pida.
Cuando tengas desechos en danza,

recuerda esta enseñanza.

_Gracias, maestra itinerante,
lo que hemos aprendido es muy importante.


_Se acabó ya mi jornada,
mañana será una pasada.
Los personajes este aprendizaje recordarán

y por siempre reciclarán.
Y colorín, colorado,
este cuento se ha reciclado.