domingo, 9 de diciembre de 2018

FELICIDAD


Había una vez un reino encantadoramente pequeño al que no le faltaba ningún detalle ni tenía nada que envidiar a reinos mucho más grandes.
Nuestro reino tenía su castillo, sus reyes y su príncipe. El castillo se encontraba en lo alto de una colina, desde la cual se divisaba el pueblecito y las tierras que lo rodeaban.

Las casitas estaban construídas con piedras blancas que conseguían de su propia cantera y daban una luminosidad muy especial a sus calles y plazas. Los tejados eran de pizarra otorgando al pueblo un aire muy elegante. El único toque de color era el de las ventanas. Le daban un aspecto muy alegre al pueblo, ya que cada cual las pintaba del color que le parecía más apropiado y era imposible encontrar dos casas iguales.

Podía decirse que la vida en el pueblo y el castillo era muy tranquila y feliz. Sus habitantes no recuerdan ningún suceso extraordinario que ensombreciera la paz y la calma en la que vivían. Hasta que un día al príncipe Marc se le perdió su dragón de peluche. Marc se sentía terriblemente desgraciado porque su amado dragón no aparecía. Rey y reina registraron el castillo palmo a palmo sin lograr encontrarlo.

Desde cualquier rincón del pueblo se oían los llantos desconsolados del pequeño príncipe y los aldeanos preocupados por la congoja de su príncipe acudieron a ver qué le ocurría.

Entre todos pusieron todo el reino patas arriba buscando el dragoncito del príncipe, ya que sin él Marc era incapaz de tener consuelo, se encontraba muy infeliz. Pero nada de nada, el dragón no aparecía y la tristeza del príncipe iba aumentando de manera proporcional a los días transcurridos sin su dragoncito.

Pasaron días, semanas, meses y Marc era muy desdichado porque su dragón no aparecía y su felicidad se había esfumado con él.
El rey y la reina, desesperados por el sufrimiento de su hijo hicieron el siguiente bando:
Nuestro príncipe Marc ha perdido la felicidad, todo aquel que le ayude a encontrarla será recompensado con cualquier cosa que desee.

Una vez se propagó el bando desde los alrededores hasta los lugares más remotos, empezó a acudir mucha gente. La fila para ir a ver al príncipe Marc era tan larga que daba dos vueltas enteras al pueblo. Los reyes se mostraban satisfechos ya que seguro que entre tanto visitante habría alguno que le devolvería la felicidad perdida.

El primero en presentarse ante la corte fue un panadero que llevaba a sus dos hijos.
_Os presento a mis dos hijos, nada me hace más feliz que estar con ellos y verlos crecer. Me gustaría compartirlos con el príncipe porque seguro que le proporcionan la felicidad perdida.
Los hijos del panadero pasaron el día con el príncipe pero no consiguieron hacerle feliz. El panadero se marchó incrédulo sin lograr comprender cómo su fuente de felicidad no servía para saciar la desgracia del príncipe.

La siguiente en presentarse fue una niña con un gatito.
_Este es mi gatito Leonardo, me encanta jugar con él, me hace muy feliz. Estoy convencida que al príncipe Marc también le hará feliz.
El príncipe estuvo con el gatito, pero tampoco funcionó... no podía sustituir a su dragoncito.
La niña marchó desconcertada porque su gatito era lo mejor que tenía y con él la felicidad la tenía asegurada.

_Os traigo un plato de moras recién cogidas. Saborear las moras acabadas de recolectar es lo que más feliz me hace y estoy convencido que al príncipe también le hará feliz.
El príncipe comió moras y le encantaron, pero hasta el punto de sustituir y hacerle olvidar a su amado dragón, no. Así que había que seguir con la fila.

_Mi madre tiene una voz muy bonita, soy feliz cuando la escucho cantar.
La mujer cantó para el príncipe y le gustó mucho, era una canción muy bella cantada con una voz muy dulce, pero no le producía felicidad.
El niño no daba crédito al desconsuelo del príncipe a pesar de oír cantar a su madre, no entendía cómo no lograba mitigar su tristeza, ya que para él no había nada mejor en el mundo.

Y siguieron pasando y mostrando lo que para cada uno era su felicidad: un día de tormenta, un día soleado, estrenar unos zapatos, bañarse en el río, conversar con un amigo... nada de lo que a los otros les proporcionaba felicidad le sirvió a nuestro príncipe.

Cuando ya daban por perdida la felicidad del pequeño Marc, llegó al pueblo una mujer. Sus ropas eran muy modestas pero tenía un aspecto muy cuidado. El rostro de la mujer irradiaba serenidad, tranquilidad, calma. Sus ojos tenían el brillo concentrado de todas las estrellas y su mirada tenía una permanente sonrisa. Se presentó ante los reyes.
_¿No traes nada para el príncipe? _preguntó la reina.
_¿A qué se refiere, Majestad?
_El objeto o la persona que te hace feliz, ¿dónde está?
_No poseo nada que me proporcione felicidad, por eso soy feliz.
_No entiendo... todos los que han pasado antes han traído algún presente para el príncipe.
_Mi felicidad no depende de objetos o personas. La felicidad está en mí, en cada cosa que hago, en cada amanecer que admiro, en cada persona con la que hablo, en cada paso que doy... Nada ni nadie tiene el poder de darme o arrebatarme la felicidad, soy libre y dueña de mi felicidad porque no está anclada a objetos o personas. Si la felicidad se encontrara en algo exterior todo el mundo sería feliz con ese ser o elemento, pero no es así ¿verdad? Si me dejan que pase unos días con el pequeño príncipe, sé que podré ayudarle a ser feliz.

Los reyes que no tenían mucha fe en ella pero tampoco tenían ninguna opción mejor, aceptaron la oferta de la mujer.
A la mañana siguiente, nada más despertarse la joven invitó a Marc a que mirara por la ventana.
-¿Qué ves?
-Un precioso amanecer de tonos rosas, naranjas y rojos _dijo el pequeño príncipe.
-Eres muy afortunado porque puedes ver este amanecer. Disfrútalo.
-Vamos a desayunar -dijo Marc.
-¡Oh! Que tostadas tan deliciosas y ¡zumo recién exprimido! Me siento muy agradecida por poder disfrutar de este momento y compartirlo contigo -dijo la joven.

Cuando acabaron de desayunar fueron al bosque. Allí olieron flores, jugaron en el río, observaron la naturaleza, escucharon el silencio... y cada momento era mágico y lleno de gratitud por poder vivirlo y disfrutarlo.

Y así fueron pasando los días... y las semanas... y poco a poco Marc se dio cuenta que pensar en su dragón no iba a solucionar nada, solo sentirse triste por algo que él no tenía el poder de cambiar. Era consciente de que el precio que tenía que pagar por tener su mente ocupada con el peluche era muy alto ya que se estaba perdiendo las cosas maravillosas que ocurrían a su alrededor. Así que cada vez que acudía a su mente la pérdida de su dragoncito, él se centraba en lo que estaba ocurriendo en ese momento y lo vivía con plenitud.

Fue pasando el tiempo y su malestar y su angustia fueron disminuyendo... se centraba más en los demás, dejó de mirarse tanto... y siguió recordando a su dragón y todos los momentos vividos con él, pero su pensamiento ya no le causaba angustia y desasosiego... ya no era el centro de sus pensamientos... empezaba a sentir agradecimiento por el tiempo que lo había tenido y lo feliz que se había sentido jugando con él.

_¡Marc! ¡ha aparecido tu dragoncito! estaba...
_Estoy jugando a las cartas con mi amiga, tan pronto acabe voy a por él.
Marc ya había aprendido a vivir con plenitud el momento presente y la joven se despidió de los reyes.
_¿Qué quieres a cambio de haber logrado que nuestro hijo sea feliz?
_Ya sabéis que no tengo nada ni nada quiero... mi regalo es haber compartido estos días con vosotros y haber ayudado a vuestro pequeño hijo. Nada material podría igualar este sentimiento.

La joven se despidió del pequeño Marc ¿y creéis que este hecho entristeció a nuestro pequeño príncipe? Claro que no, Marc se despidió lleno de felicidad y gratitud por haber podido disfrutar de la compañía y las enseñanzas de la mujer.
Se dieron un abrazo de esos que logran parar el tiempo y se convierten en eternos y con una una sincera sonrisa en la mirada se despidieron.

Marola Pina

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